jueves, 17 de mayo de 2007

El Tigre


Dedicado a Ijon, amante de los gatos

Esta historia verdadera que se cuenta, va a tener, en caso de que alguno tuviera la paciencia de leerla, un punto increíble, cosa que no me sorprendería, lo que pasa es que la gente estamos habituados a leer, escuchar y ver cosas aún más sorprendentes que nos las creemos como si fueran lo más natural del mundo; eso sí es algo que a mí me deja estupefacto. Yo no quiero herir susceptibilidades de nadie, ni mucho menos entrar en polémicas estériles, pero en lo tocante a creencias por ejemplo, mucha gente se cree que Dios dispuso las cosas de esa manera tan pintoresca como nos cuenta la Biblia y otros documentos tan reputados como alucinantes, y se lo creen de la cabeza al rabo tan tranquilos, eso o darle crédito a cualquier charlatán que vende su mercancía de auras, Karmas y energías positivas con toda naturalidad. Perfecto, cada cual se rasca donde le pica, y a todos no nos tiene que picar en el mismo sitio. Por mí que hacen muy bien unos y otros, los que lo tienen claro, los que tienen la verdad y la venden y también los que les creen. Allá cada cual con sus ideas. Yo lo que digo es que por qué ciertas de estas cosas la gente, mucha gente, las acepta, y por qué otras menos sorprendentes las pone en solfa. ¡Coño, seamos serios, si uno es capaz de creer en la resurrección de la carne por ejemplo, por qué no va a creerme, si yo le cuento que mi gato es una reencarnación de Durruti, como es el caso!.

Lo que pasa, es que sobra soberbia y mala leche. Muchas personas debieran alguna vez plantearse que, si no se creen más listos que Aristóteles, Platón, Leonardo da Vinci, Sócrates y un largo etc. De sabios que se dedicaron a buscar la verdad toda su vida y encontraron poca evidencias del tema, por qué ellos, que no son sabios y a la búsqueda de la verdad le han dedicado apenas unas horas, pueden estar seguros de estar en lo cierto. A mí no me salen las cuentas, pero es que yo debo ser un jodido cabrón que desconfía por naturaleza, de manera que cada uno siga con sus creencias y tan amigos, que no es mi propósito entrar en este tipo de polémicas. Sólo pido que con la misma candidez que se cree en la ascensión de la Virgen a los cielos, con la misma actitud se lea este episodio que voy a relatar, y diré más, el que lo encuentre increíble, pues a ese que le den por culo. Yo soy así de claro y de chulo, no te jode....

Voy a tratar de llevar el relato de forma ordenada para facilitar su comprensión, aunque esto ahora no me resulte fácil. Deberíais entender que estoy muy emocionado y confuso, dándose además la circunstancia de que no se escribir con tino porque éste no es mi oficio, y además, aunque leí hace mucho tiempo que cualquier relato ha de tener planteamiento, nudo y desenlace, la vida me ha enseñado, o yo he entendido eso, que a veces las cosas son desenlace solamente, y el nudo y el planteamiento nunca llegamos a saberlo, todo lo más a intuirlo, y eso con suerte. En mi vida todo o casi todo han sido desenlaces, trágalas y hechos consumados.

Pues eso, voy a ir contando las cosas como me vengan a la punta de la pluma, y que dispense mi torpeza el sufrido lector; uno se manifiesta como puede, y el que hace lo que puede no está obligado a más, como decía mi madre.

Podemos empezar esta historia verdadera en un domingo por la mañana, aunque de esto no estoy seguro, pero bien pudiera ser. A mí me gusta madrugar los días de fiesta, y ese domingo lo hice como acostumbro desde hace muchos años.

Por la mañana temprano, en estos días de verano, hace una temperatura muy agradable, corre un aire fresco y los pájaros con sus cantos ponen alegría en la mañana. Aprovecho para regar el jardín, recoger los trastos del garaje, ir a comprar el pan y alguna bollería para preparar a su hora el desayuno de Rosa. También queda tiempo para holgazanear un rato, pensar sin tema concreto, dejar que los pensamientos fluyan libremente sin control, ejercicio éste muy recomendable para relajarse y además a mí se me suelen ocurrir ideas muy divertidas. Por todo esto, porque esos momentos son sólo míos, me gusta madrugar.

Ese día estaba yo sentado a la sombra de una olma que tengo en el jardín, mirando el bosquecillo de encinas que hay a tiro de piedra de la casa, cuando se me fue acercando perezosamente uno de mis gatos, “el tigre”. Lleva en casa 6 ó 7 años. Es un gato persa de abundante pelambrera, ojos muy grandes y hermosos y con la nariz levemente coloreada. Anda un poco renqueante porque hace años tuvo un accidente y le implantamos, bueno el veterinario le implantó y yo lo pagué, una pata de titanio.

Parece un viejo veterano de guerra, con un andar muy característico, entre solemne y cansado. Se me acercó y se frotó con mis piernas, seguramente indicando que tenía hambre. Eso pensé yo, pero era otra cosa.

Se sentó a mi lado y me miró fijamente. Entonces pasó algo curioso. Noté en mi cabeza, en el interior de mi cabeza, como un zumbido muy suave, y poco a poco escuché una voz grave que me decía no se qué cosas: La voz sonaba clara y pausada. Lentamente fui escuchando una historia bastante alucinante, lo reconozco. El gato no dejaba de mirarme, seguramente divertido al ver la cara de idiota que yo debía tener, todo ésto sin descomponer la figura, sentado y moviendo el rabo lentamente.

“Hola camarada, no te sorprendas hombre, que soy yo quien te habla...Hace ya algunos años que vengo pensando en dirigirme a ti, pero dado tu grado de racionalismo, seguramente hubiera sido inútil. No me hubieras escuchado, eres un tipo dogmático que no ve más allá de sus narices, eso lo se desde hace tiempo, cuando te escuchaba charlar con tus amigos, con tu gente, menuda cuadrilla de cabezas cuadradas...Todo aquello que no sea dos más dos igual a cuatro, no entra en tu mollera. No te lo reprocho, yo era igual en mi anterior reencarnación. Sí, sí, sí, anterior reencarnación. Has oído bien. Siento romperte los esquemas, pero más vale tarde que nunca, camarada”.

“Debo decirte que yo tampoco creía en todas esas mierdas de la otra vida, el alma y todo el sermón que los curas y los charlatanes nos contaban, y ya ves ahora, cómo me veo dándote la traca para que abras los ojos”.

“Antes de seguir con el tema, y para que te vayas centrando, te voy a decir que en mi anterior vida fui Durruti. Sí, el anarquista que murió en la guerra aquella del 36. Creía yo sólo en las personas, en la libertad que sólo se conquista con el fusil en la mano; odiaba las leyes hechas por los ricos para someter a los pobres; a la iglesia que siempre salva a los mismos; a los comunistas que todo lo basan en una explicación científica de la historia, donde el hombre no pinta nada; a los fachas con sus ansias de imperio, de raza y toda esa basura”.

“Yo me alcé por la libertad, ingenuo de mí, que luego atropellé también la de los compañeros. Fui líder carismático y hasta llegué a creérmelo. En fín, se luchó, se hizo lo posible, pero perdimos todo, yo hasta la vida, y ahora, reencarnado en gato, oye, y conozco de otros que acabaron de gallinas o conejos. Ser gato no está mal del todo, soy independiente como siempre quise ser. Como ves, estoy todo el día buscando el rincón más tranquilo y cómodo de la casa, no tengo ninguna obligación concreta, y pasados los ardores del sexo, pues tranquilidad y sosiego, que antes de caparme, menudos follones y trabajos para echar un polvo. Así que también te agradezco lo del castramiento; no pienses que te tengo rencor”.

“Los gatos tenemos sentimientos, por eso debo decirte que sentí mucho lo del ama anterior, que por cierto está muy bien reencarnada, aunque en ésto no debo ser muy explícito, pero que sepas que le va bien”.

“La nueva ama es muy buena, y no me grita ni me tira la zapatilla cuando hago mis necesidades en la alfombra. Es paciente porque sabe que a lo mejor mañana cambia el naipe y ella acaba de gata, y le gustaría que la traten con cariño. Ella sí cree en estas cosas, tiene la seguridad o la intuición de que el tema va por ahí. Si le preguntas por qué cree, a lo mejor no sabe darte argumentos, pero la puta verdad es que está en lo cierto, y eso es lo que vale, lo demás es marear la perdiz”.

“Yo ya me siento viejo y me queda poco tiempo de estar con vosotros, pero no debéis entristeceros por mí, me parece que en la próxima reencarnación voy a ascender de rango y voy ser águila; como ves los genes míos son de solitario, contra eso no se puede nada, qué le vamos a hacer”.

Si me preguntas qué te espera, francamente lo veo chango porque los que tenéis genes corporativos os soléis reencarnar en ovejas, bisontes, cebras, elefantes, etc., criaturas todas de manada o rebaño, que es lo tuyo”.

“Bueno, camarada, espero haberte servido de ayuda y que a partir de ahora no seas tan dogmático y tan excluyente”.

Yo quedé conmocionado como un boxeador después de un combate de esos en que al tipo le tunden a hostias. Tardé varios minutos en reaccionar, y cuando lo hice era un hombre nuevo. Desde donde estaba sentado en el jardín, hasta la casa, invertí dos horas por ir mirando y no pisar a ningún bicho, que a lo mejor en vidas anteriores pudieran haber sido Machado, El Empecinado, Isabel la Católica o Picasso, y que por azares estuvieran ahora reconvertidos en hormigas, cucarachas, saltamontes o vaya Vd. a saber.

Para comer, menudo follón, comer carne ¡anatema!. Yo ya no sé si el chorizo viene de la reencarnación de Falla en gorrino, Velásquez en cordero, Neruda en vaca. Fuera la carne. Con los pescados igual un mero puede ser Colón, una pescadilla Alberti o una ostra Juan Sebastián Elcano.

Con los vegetales tengo mis dudas, porque no sé si el tema desciende a los hongos y las bacterias, y todo eso se puede encontrar en una lechuga o en un pepino.

No se qué comer sin joder el equilibrio universal que no sean chocolatinas, frutos secos y coca-colas, que como todo ésto sale de la máquina, no tiene problema.

Toda mi vida he deseado conocer la verdad en el conocimiento de que eso me haría más feliz. No es así, es mejor estar en la duda, criticar todo y no tener evidencias de nada.

¿De qué me sirve estar en la verdad, si no puedo comer chuletas o paté?.

¡Cómo añoro aquellas conversaciones sobre el destino del hombre, aquellos libros llenos de dudas, que ahora resultan estúpidos por erróneos!. Yo creo que el estado perfecto del hombre es la ignorancia de las cosas, porque te permite hacer o decir lo que te da la gana. Saber las cosas te obliga a una cierta disciplina, siquiera sea por coherencia y solidaridad. Eso si no te da por el proselitismo, que es un mal asociado a los que creen tener la verdad y necesitan compartirla.

Una mierda, estoy hecho una mierda. Todo esto me pasa por madrugar. Si yo me hubiese quedado en la cama con Rosa y nos hubiésemos despertado a las tantas, el Tigre a esa hora estaría a la sombra del garaje o dormitando en un sillón, en vez de hacer la puñeta contando su verdad.

Medio dormido, me hubiese desayunado unos huevos con panceta, un café y unas tostadas, me hubiese fumado un cigarro y a lo mejor hasta nos hubiéramos acuchado un poco para empezar el día como es debido.

¡Bendita ignorancia, cómo te añoro!.

Que ande hoy con cuidado el Tigre, porque a lo mejor me olvido de que es Durruti, y le pego una patada en culo; jodido gato, deslenguado y tocacojones.

martes, 3 de abril de 2007

Monólogo sobre Arte, Moral y otras bagatelas


Hoy es 12 de Noviembre, ha amanecido un día frío, aunque luce un sol hermoso que produce una luz limpia dando al paisaje otoñal unos colores brillantes y nítidos. Las arboledas se doran con sus hojas en tonos amarillos y anaranjados o granates, las tierras mojadas por el rocío tienen unos colores profundos y solemnes, sepias o grises. Hasta una pequeña rama de zumaque o brezo puede servir para componer un primer plano en un cuadro.
En días así me apetece pintar, y como no puedo hacerlo por estar sujeto a la fastidiosa tarea de la que me sustento pues, francamente, se me pone un humor de todos los diablos.
Lo que sí puedo hacer es reflexionar sobre la creación artística y eso es lo que voy a hacer, ustedes me perdonen el atrevimiento.

Frecuentemente he escuchado críticas negativas sobre tal o cual artista por parte de amigos o parientes sólo por el hecho de que conocen o han leído que el tipo era mala persona, o por sus afinidades políticas, o por sus tendencias sexuales, o por su arrogancia, vanidad o lo que sea.
Quizás muchos piensan que el creador debe ser un tipo angelical por el sólo hecho de tener la facultad de crear belleza, y en el ideario popular se le exige una conducta ejemplar en todos los ámbitos de su vida. Nada más lejos de la realidad.
A la historia me remito.

Los más grandes artistas han sido unos auténticos hijos de puta, juzgados con el código moral vigente en la sociedad judeo-cristiana, mojigata y estrecha de entendederas que tenemos en España actualmente.
Si aplicamos estrictamente estos valores, que vayan quedando en el olvido la mayor parte de los artífices del Renacimiento: Miguel Ángel, Rafael, Leonardo, Caravaggio, Donatello, etc., por homosexuales, pedófilos, violentos, soberbios y hasta asesinos, alguno de ellos.
De los barrocos y románticos para qué vamos a hablar…
Y no me estoy refiriendo sólo a pintores y escultores, que entre músicos y poetas tres cuartos de lo mismo ¿O es que Quevedo, Lope de Vega, Ruiz de Alarcón eran unos tíos ejemplares? No jodamos…
Si tiramos de la manta hasta nuestros contemporáneos nos vamos a encontrar más de lo mismo.
Valle Inclán, Lorca, Dalí, Picasso, etc., que la nómina sería interminable, todos ellos por una u otra causa, casi siempre las mismas, por cierto: sexo, violencia, soberbia, ambición desmedida, encajarían en el concepto tan español de “hijos de puta” que todo lo abarca.

Pero es que la cosa no acaba aquí. Levantemos la vista un poco para juzgar la vida y milagros de filósofos y políticos, de príncipes de la iglesia y de los otros, en fin…para qué hablar…
Desde Platón a Marx, a ver a quién salvamos de la quema entre los filósofos, de César a Hitler, entre los políticos, de los Borgia, los Borbones, la dinastías eslavas… hay todo un catálogo de personajes nada ejemplares, pienso yo.
Actores y actrices, gente de la farándula, ya sabemos cómo anda el tema.
Lo que pasa es que para el pueblo, que los políticos sean malas personas ya se les supone y a los intelectuales, como se les conoce poco, pues da casi igual, pero el rigor se acentúa sobre todo con los artistas, que tienen algo de popularidad, yo no acabo de entender el por qué.

Cuando nuestra vecina se entera de que Leonardo de Vinci era pedófilo, pues ya no le gusta tanto su Mona Lisa, o si se lee que Caravaggio mató a sangre fría a un camarero que le sirvió una sopa que no era de su gusto, pues ídem del lienzo.
No es que yo postule que es condición indispensable ser un cabrón depravado para ser creador, porque también hay casos como Velázquez , que no rompió un plato en su vida y fijaos si el tío pintaba como dios, o tantos otros que podrían citarse, pero no es menos cierto que abundan más, abrumadoramente, me atrevo a decir, los que la creación artística o intelectual les ha llevado a una vida muy poco edificante.
Claro que entre el paisanaje también han proliferado muchos asesinos, sinvergüenzas y cabrones de todo pelaje y condición sin ser necesariamente artistas y que han hecho de su capa un sayo, atendiendo sólo a los requerimientos de su polla o de otras charcuterías de las que estamos hechas las gentes.

Yo no reniego de ningún artista que me haga pasar un buen rato con sus cuadros, sus esculturas, su música o su literatura. No los juzgo por su vida, sino por sus obras artísticas, su talento en definitiva, allá cada cual con el resto de cosas.
Para abundar en el asunto me vais a permitir que os traslade una vivencia personal.
Yo hace unos años conocí a un pintor. A mí me pareció entonces un gran artista y me lo sigue pareciendo hoy, aunque a fuer de ser sincero, un poco menos que entonces porque su trayectoria se estancó en una forma de hacer y no ha evolucionado como yo esperaba, cosa que yo lamento, pero que no le reprocho, porque que te den varios millones de pesetas por cinco o seis horas de trabajo y tener aseguradas las judías de por vida, pues hombre, tampoco es mal asunto, para qué vamos a engañarnos. La carne es débil, ya se sabe.

Este hombre vivía y no se si vive en una casona manchega, habilitada como estudio, decorada con un gusto exquisito, muebles antiguos de mucho valor, tapices medievales, manuscritos de música barroca, verdaderos incunables, buenos vinos, buena despensa que incluía patés hechos a su gusto en Alsacia, quesos de Portugal muy selectos, jamones y embutidos adobados al capricho de su fino paladar, mariscos que le mandaban semanalmente de Galicia, etc., etc., vivía como un príncipe renacentista y todo este oropel salía de la venta de sus cuadros, que eran y son soberbios de color, de dibujo, de gesto, originales en el tema, una maravilla me parecían a mí, y también, claro está a sus clientes europeos, americanos y japoneses.
¿Que cómo pintaba? Pues figuraos una mezcla de Renoir, pero con más fuerza, un Degas con más gesto, un Van Gogh con más delicadeza.
¿Qué pintaba? Pues todo menos retratos.
Paisajes manchegos llenos de personajes de la Belle èpoque ; eras en plena faena, habitadas por cortesanas que parecían salidas de un cuadro de Toulouse Lautrec, carnavales fantásticos de mujeres desnudas, floreros, bodegones, etc., y todo salía de su mano sin contar con modelos o referencias del natural, salvo algunos paisajes, pocos.

Una tarde llegué a su casa y me lo encontré completamente borracho, y así y todo estaba dando los últimos toques a un cuadro que representaba el calvario. Estaban sólo las tres cruces, y en la de enmedio quedaba únicamente un lienzo colgando, bañado por una luz que venía del cielo, un lienzo que hubiese firmado el mismísimo Zurbarán. El cuadro, de grandes dimensiones, está ahora en una iglesia de la provincia de Albacete.
“¿Qué te parece? Chico, cuando esté en su sitio, en el altar mayor, a más de una beata se le saltarán las lágrimas y si por producirle tanto arrebato le pido que me deje usar lo que tiene entre las piernas, seguro que me manda a tomar por culo...qué desagradecida es la gente, coño, ¡qué ingrata!”
Esto me decía y aún cosas peores y más desagradables.
¿Cómo es posible, pensaba yo, que este cerdo, obseso sexual y ateo sea capaz de poder conmover con su trabajo, hecho entre borrachera y borrachera, a las buenas gentes?
Pero era así, que yo lo he comprobado.

Unos años más tarde me vino a visitar a casa porque estaba preocupado con algo que le había pasado y quería comentarlo conmigo, ya que yo debía parecerle de talante abierto y de mucha manga ancha.
Me refirió que una tarde mientras pintaba un cuadro de una viña en otoño, cuando las pámpanas se ponen de un carmín maravilloso, contrastado con el azul violáceo de las montañas del sur de Albacete, a lo lejos vió un cervatillo. Nuestro hombre también es cazador y siempre acostumbra echar la escopeta por si sale algo. Vista la pieza le descerrajó un tiro.
Cuando fue a cobrar el trofeo, resultó que era una cierva y que en los estertores de la muerte, pues que al animalito le palpitaba el sexo...nuestro artista se puso verriondo y, según me dijo, no pudo contenerse y se ayuntó con ella...figuráos la situación. Este exceso le preocupaba, porque según decía, le pareció que se había pasado de la raya.
“¿O no? ¿A ti qué te parece?” Me preguntó.
Yo me quedé perplejo, pero por echar el asunto a broma le dije que lo comprendía, que había ciervas que estaban como un tren y que un coño es un coño...
Pero no debí aclararle sus dudas porque me mandó a la mierda y se marchó muy cabreado.
Creo que ya cuando sale a pintar no lleva la escopeta para evitar situaciones límite. Algo es algo.
El cuadro de la viña resultó maravilloso. Lo vendió a un coleccionista japonés, el dueño de la casa Mitsubishi, creo, que ajeno a esta anécdota lo tendrá puesto en algún lugar de privilegio de su casa.
Así es el arte, así son las cosas.

La ascensión de la virgen de Caravaggio, que está en el Louvre, fue pintada tomando como modelo a una mujer ahogada en el Tíber, a la que el pintor parece que sodomizó después de pintar el cuadro o durante su realización, eso leí una vez. Vidas paralelas entre Caravaggio y M...
¿Con qué nos quedamos? ¿Con la anécdota o con las obras?
Yo me quedo con las obras, que es lo que prevalece y a los autores y sus circunstancias que los juzgue cada uno como le de la gana, carece de importancia.
¿Tiene más mérito Bach, que escribió su obra imperecedera rodeado de niños gritones subidos a sus rodillas con mil apuros económicos, o Modigliani, enfermo y hambriento pintando mujeres desnudas llenas de sensualidad, o Rubens en su opulencia creando un mundo onírico poblado de bacantes y sátiros, o Goya y su mundo mágico de brujas pintado a la luz de las velas? Por favor, ¿quién se acuerda de esas miserias? Yo por lo menos, cuando escucho una fuga o visito un museo no me acuerdo.
Lo siento, si con mi sinceridad hiero la sensibilidad de alguno.
Lo más gracioso es que la historia de los hombres, si se la tuviéramos que contar algún visitante de otra galaxia, tendría que hacer referencia en el terreno del pensamiento o del arte, necesariamente, a los que me he referido someramente y a otros muchos más, de parecida catadura, porque sin ellos no se entendería al género humano. Ellos nos redimen y nos elevan sobre los otros primates, que son buenos, sí, que son nobles, sí, pero ninguno que se sepa ha pintado la Capilla Sixtina, ni ha compuesto un soneto o una sinfonía.
Esta aparente contradicción entre la conducta de un hombre y su obra no debiera sorprendernos tanto. La naturaleza nos da a diario la lección de hacer brotar hermosas flores de la basura, ¿o no?
Lo peor de todo es que yo también he hecho cosas terribles, he apaleado a viejos indigentes, acosado a emigrantes, he infringido casi todos los supuestos del código penal, he hecho orgías en recintos sagrados, soy un drogadicto, he bebido tanto alcohol como para emborrachar al orfeón donostiarra, he calumniado y traicionado a mis amigos, he experimentado casi todas las perversiones sexuales, menos ir contra natura (ni he mordido almohadas, ni he soplado nucas) tantas cosas hice para ver si me llegaba la divina inspiración...y nada. Cuando pinto o cuando escribo soy tan vulgar que mis cuadros o mis cuentos valen menos que el soporte en el que están hechos. Eso sí que es una vida poco ejemplar, un fracaso gigantesco, una puta mierda. Y así me luce el pelo, aquí me tenéis, de vulgar oficinista, pero preguntad a mis vecinos y veréis como tengo una magnífica reputación.

jueves, 15 de marzo de 2007

El Semen del Diablo

Aquella tarde habían venido al viejo museo pocas visitas.
El tiempo parecía detenido en los relojes, enredado como una telaraña en los muebles, en el fastuoso boudoir de terciopelo que había pertenecido a Godoy y por azares de una subasta, estaba ahora formando parte de la decoración de una sala del siglo XVIII.
El museo era el sueño de un millonario que, especulando en el carbón, se había hecho inmensamente rico y, al no bastarle con eso, y quizá por acumular otros bienes que no fuesen dinero o acciones, trocó su ambición y le dio por coleccionar cuadros, porcelanas, esculturas, vajillas, muebles, libros antiguos, objetos de arte religioso, etc., hasta completar un importante patrimonio que finalmente cedió al estado para convertirlo en un museo que llevaba su nombre.
La colección fué acomodada en un caserón de cuatro plantas y un sótano, que tras las correspondientes remodelaciones, estaba listo para recibir las visitas de turistas y estudiantes.
Fué necesario también buscar personal especializado, tarea bastante complicada dada la diversidad de material que se exponía; pero el empeño de un director muy diligente nombrado a dedo por sus contactos políticos, llevó a buen término la empresa, buscando a las personas idóneas entre los diversos anticuarios de la ciudad.
Pasado el furor de la novedad, la inauguración muy publicitada, a la que asistió todo Madrid. Pasados unos meses, la verdad es que venía poca gente a curiosear y mucho menos a estudiar los materiales expuestos, habiendo en la ciudad cosas más importantes que ver.
En la sala del siglo XVIII se exponía una colección de porcelanas austriacas, varios relojes de esos que aparte de la hora, informan sobre el zodiaco, los planetas, etc., muebles en buen estado de conservación, algunos cuadros de pintores de segunda fila, y el boudoir de Godoy. Unas alfombras de seda completan la colección expuesta.
La sala no es muy grande, las ventanas dan a la parte norte del jardín, y por la tarde se suelen entreabrir para que el aire viciado de la calefacción se renueve un poco.

Las horas se deslizaban lentas en la soledad de la sala, sobre todo en los días en que no venía prácticamente nadie, que eran casi todos, y Dorita y el bedel se aburrían como una ostra.
Había sido una buena estudiante en la facultad, el arte le atraía desde jovencita, pasó los cursos, los seminarios, los masters diversos con las mejores notas; viajó por toda Europa con enorme curiosidad, visitó todo, los museos, bibliotecas, conventos, talleres de los rincones más lejanos, empapándose de cultura y conocimientos muy diversos, desde el difícil oficio de la taracea, a la joyería, los telares o la forja artística; la técnica del dorado, el repujado, la confección de abanicos, la encuadernación; la restauración de documentos, el cuidado de los instrumentos musicales, etc., etc. Casi nada le era ajeno, y de todo ésto y más, sabía lo suficiente como para dar conferencias y hasta hacer trabajos monográficos. Esta dedicación especial había modelado su carácter y determinado su vida. Vivía sola, con sus gatos y sus libros, porque el amor de su vida, el hombre sensible, culto y delicado que ella había soñado, no apareció nunca.
Había tenido algún que otro escarceo en su época de estudiante, pero no fueron más que desahogos y flores de un día. A sus cuarenta y dos años estaba en el límite donde la esperanza y la resignación confluyen.
La soledad sería tal vez su única compañera. Sin embargo, el destino dispone a veces otras alternativas.
El hombre que entró aquella tarde tediosa en la sala del siglo XVIII parecía cansado, iba vestido de manera algo descuidada, aparentaba tener cuarenta años, y por la forma de observar lo expuesto, dedujo Dorita que era una persona conocedora del arte.
Resbaló su mirada por la sala sin detenerse en ningún momento. Sólo cuando vió el boudoir se quedó un buen rato observando. Entonces se dirigió a ella: “Señorita, discúlpeme, pero me gustaría saber qué documentación avala la autenticidad de esta pieza”.
Dorita se quedó impresionada y sorprendida por la pregunta, y después de cambiar con él algunas frases hechas, comprendió que el hombre necesitaba, por alguna razón desconocida, la certeza de la autenticidad del boudoir. Se comprometió a ofrecerle las pruebas de que disponía el museo sobre el asunto, y quedó con él para la semana siguiente.
Acudió al archivo, y tras varias horas de búsqueda, encontró una carpeta abultada de documentos que en una de sus tapas decía: “El boudoir de Godoy”, rotulado en tinta negra. Más abajo se leía: “El trono del diablo”, ésto último escrito a lápiz y con apresurada letra apenas legible.
La documentación consistía en una serie de facturas fechadas en París y Viena, un viejo testamento y algunas cartas cruzadas entre los herederos de Godoy y algunos aristócratas europeos.
El boudoir había viajado de Madrid a París, posteriormente a Viena, donde tuvo lugar la subasta, y finalmente volvió a Madrid.
Todo estaba aparentemente en orden, y sobre la autenticidad no parecía haber dudas, además, parecía poco probable que nadie se tomara el interés de falsificar una pieza tan poco valiosa.
El boudoir o sofá era un mueble corriente en la época. Éste estaba fabricado en madera de nogal con incrustaciones de nácar y palo santo, las patas estaban talladas imitando unas garras de águila que descansaban en unas esferas. En ellas, estaban escritos los cuatro elementos: aire, fuego, tierra y agua. El asiento de muelles, así como el respaldo, estaban guarnecidos de un terciopelo color canela, algo deteriorado por el tiempo. Eso era todo. El valor histórico era algo subjetivo, porque sólo por el hecho de que Godoy o incluso la reina Maria Luisa o la Duquesa de Alba hubiesen puesto sus distinguidas posaderas en él, tampoco era tan importante, o eso consideró Dorita.
Pasó la semana y el hombre no volvió. Un poco decepcionada, esperó algunos días más sin resultado.
Aunque siempre había sido extremadamente cuidadosa con los objetos que tenía bajo su protección, y jamás en tantos años se permitió contacto alguno con ellos, por el respeto casi mítico que le producían, aquella tarde, después de varias horas paseando por la sala, se sintió cansada, y quebrantando un principio casi sagrado, decidió sentarse en el boudoir para descansar las piernas.
Puso, eso sí, un pañuelo sobre el asiento para evitar la posibilidad de manchar la tele del forro, y se acomodó en él.
Primero sintió calor, un calorcillo muy grato que le fue subiendo desde los pies hasta la cabeza. Luego una sensación muy placentera, como de ingravidez, un vacío en el estómago, un vértigo, un mareo agradable, como cuando se bebe un poco de más, y poco a poco, entre las piernas, un cosquilleo ascendente que hizo nido en su sexo y le transportó a sensaciones casi olvidadas. Agitándose como una hoja en un vendaval, el placer era tan intenso que casi se desmayó. Sin poder controlarse, gimió y gritó como una posesa hasta que finalmente, pasado el clímax, fue relajándose y quedó ovillada en posición fetal con una sonrisa inexplicable en los labios, inexplicable porque los muertos no sonríen, y Dorita estaba muerta.
Pasó toda la noche así, hasta que un guardia de seguridad la encontró al día siguiente.
La muerte de Dorita y sus circunstancias tuvieron actualidad escasamente dos días en prensa y televisión. La autopsia nada aclaró, paro cardiaco, lo de siempre. Nadie de sus lejanos familiares ni conocidos estuvo interesado en conocer el fondo de las causas de su fallecimientos. Sus libros y sus gatos, que constituían todo su patrimonio, fueron tomados por alguna prima de provincias y el portero de su casa. Eso fué todo. A la semana nadie recordaba el incidente. Pobre Dorita...
Sin embargo, una persona no olvidó el acontecimiento.
A sus cincuenta y cinco años, Rosa Astondoa era, tras haber seguido una intensa carrera de ascensos en la Administración, una funcionaria de rango superior, que se ocupaba del departamento para la protección de la mujer. Tras quedarse viuda de su segundo marido, que falleció tras una ingesta de setas en malas condiciones, se dió al estudio y al trabajo con tal intensidad, que tenía sorprendidos a propios y extraños, no se sabe si por olvidarle o por acallar sus remordimientos, ya que la cocinera de las setas fué ella.
Su natural intento protector había hecho sus primeras armas cuidando de sus hijos, de sus perros y gatos, de algún sobrino descarriado y de un largo etcétera de vecinos y amigos; y ahora, el Ayuntamiento la dotaba del poder y recursos necesarios para extender su protección a las mujeres con problemas, departamento de reciente creación.
En realidad, siempre le habían gustado los ambientes de investigación policial, los justicieros tipo Rambo, lo que sucede es que anduvo un poco despistada bastantes años, poniendo lavadores, cocinando, planchando pantalones y tal y tal. Ahora había llegado su hora.
Que los injustos, los abusones, los canallas se echaran a temblar; Rosa les iba a poner las cosillas difíciles. Así que, cuando leyó lo de Dorita no se tragó el cuento del paro cardiaco. “Aquí hay gato encerrado, a esta pobre mujer se la han cargado y, como estaba sola en el mundo, nadie va a investigar el fondo del asunto”.
Rosa siempre funciona por corazonadas, se fía mucho del primer golpe de vista, su intuición es como un radar para andar por el mundo. De todos modos, en este caso, además de su instinto, prefirió, para estar más segura, ir a visitar a su amiga Charo, que era vidente y tenía un programa de televisión en el canal independiente de San Blas.
Consultado el Tarot, confirmó las sospechas de Rosa. Dorita había sido asesinada. La carta del diablo salía con insistencia una y otra vez, lo que inducía a pensar en una “intervención diabólica”, valga la redundancia, pues ésto no lo supo aclarar Charo, que al fín y al cabo a los amigos no les iba a engañar. Lo que sabía del Tarot lo aprendió en un curso de FP que hizo tras quedarse en el paro, y sus conocimientos no iban más allá.
Rosa fué al museo y estuvo largo rato mirando con mucha atención, esperando acaso una señal, un rastro para dirigir su investigación. Como entre los papeles de Dorita había unas notas sobre el boudoir, a éste le dedicó Rosa una atención especial; observó que una de las patas estaba como aflojada, que se movía un poco; “debe ser de puro viejo”, pensó.Pero después de una observación más cercana, vió que la esfera se podía separar de la garra que la sostenía, y con sorpresa se encontró con ella en la mano. Estaba hueca, y dentro encontró un frasco de porcelana sellado con cera. Rotulado en tinta roja desvaída por los años, se leía: “Licor seminal de Azrael”.

Lo que encontró Rosa era: Semen del diablo Azrael

Rosa no es mujer que se amilane fácilmente. Otra en su lugar, y con un frasco de las características del que acababa de encontrar se acojonaría, ella no. Además, recordó que años atrás, visitando en la ciudad de Jaca una exposición sobre brujería, vió otro ejemplar de las mismas características. Se ve que el demonio tenía una actividad desenfrenada, y era lo suficientemente incauto como para que le tomasen muestras del semen, parece ser que bastante alegremente. Empezó la investigación por los organizadores de la muestra de Jaca. Tras bastantes llamadas telefónicas y no pocas visitas, llegó a concertar una cita con un personaje singular, que aunque ella no lo sabía, era el individuo que preguntó a Dorita por la autenticidad del boudoir.
El encuentro se llevó a cabo en el Parque del Capricho, en la glorieta de Baco. El hombre se presentó elegantemente vestido de blanco, tocado con un sombrero de paja, llevando además las manos enguantadas a pesar del calor que hacía. Era el mes de Agosto. Rosa, que no había dicho a nadie el trajín que se traía entre manos, fué con una cierta inquietud. Naturalmente, el “frasco” lo había guardado dentro de una lata de carne para perros, en su propia nevera, y le indicó a su hijo Goyo que si a las 10 de la noche no estaba en casa, llamase a la Policía.
Tras los saludos de rigor, el hombre le contó que era miembro de una asociación para la investigación de fenómenos paranormales, y que su interés por hacerse con el contenido del frasco era puramente científico. Rosa no se tragó el cuento, y le dijo directamente: “Oiga amigo, usted lo que me está contando es una historia que yo no me creo, ¿no será más cierto que usted pertenece a una asociación satánica?. Un largo silencio y una sonrisa fueron la respuesta del hombre.
-Doña Rosa, ya veo que no es fácil engañarla y que tiene usted mucho valor. Si lo desea, hablaremos con toda franqueza. Efectivamente, yo soy eso que usted menciona y aún más, le puedo decir algo que quizá usted puede tomar a broma. Soy Azrael, en mi actual reencarnación como abogado; padre de familia numerosa y seguidor del Rayo Vallecano, para más abundancia de datos.
-Continúe, por favor- le dijo Rosa.
El individuo no daba crédito a tanta sangre fría como mostraba la mujer. Se puso nervioso, sudaba y se empezó a plantear cambiar de táctica. Trataría de explicarle su necesidad de recuperar el semen. Eso o fulminarla allí mismo.
-Verá usted, doña Rosa, los demonios, como los seres vivos, estamos en perpetua reencarnación, y un servidor, en el siglo XIX, era muy poderoso y bastante solicitado por la nobleza e incluso la realeza. No es por presumir, pero como amante poseía todos los recursos que usted no puede ni imaginar, y si añadimos a eso lo bien dotado que estaba para el tema, pues créame que me pasaba el día y la noche de orgía en orgía, aquelarre arriba, misa negra abajo, en fín, que no hubo en aquel siglo doncella o ama, plebeya o noble a la que no pasara por la piedra, naturalmente siempre que ellas me convocaran con el correspondiente ritual, que uno será demonio, pero un caballero por encima de todo, que jamás yacería con una mujer que no me desease.
Tal dispendio de energía me fué bajando la cotización en el infierno, y casi sin darme cuenta, pasé de demonio estrella a diablillo de segunda división, y en sucesivas reencarnaciones acabé de abogado laboralista, lo que ya es descender de estatus.
Mi única alternativa para volver a ser lo que fui, es recuperar todo el semen que tontamente fui derramando por aquí y por allá, del que afortunadamente ya tengo bastante en mi poder. El que usted ha encontrado en el boudoir, me lo recolectó en unas doscientas veces la mismísima reina Maria Luisa, que todo lo que tenía de fea lo tenía de lujuriosa; claro que la pobre mujer qué iba a hacer con aquel marido beato y picha floja, pues Godoy tampoco daba abasto. En fin...
El hombre calló hundido en sus recuerdos. Rosa volvió a la carga:
-Todo eso que usted me cuenta, está muy bien, pero ¿por qué sus amantes guardaban el semen?.¿Y todo eso qué tiene que ver en la muerte de Dorita?.
El hombre visiblemente nervioso trató de explicarle:
-Verá usted, doña Rosa, el semen del diablo tiene un aroma tan intenso y tan perdurable, que cuando lo huele un humano, da igual que sea hombre o mujer, le produce un accésit de placer idéntico al que puede sentir si retoza conmigo, y como yo estaba tan ocupado, pues la gente lo guardaba para pasar buenos ratos a solas. Tan solo es necesario tener deseos y estar cerca del “frasco”. Dorita tuvo deseos, la pobre no se comía un colín desde hacía años, y cuando se sentó en el boudoir, pues pasó lo que pasó, su corazón no lo puedo resistir, y eso fue todo. No sabe lo que lamento el incidente.
Y si ahora fuese tan amable, le rogaría me devolviera lo que es mío.
Rosa comprendió que aquel desgraciado decía la verdad. Y puesto que su misión era descubrir lo que le había pasado a Dorita, y eso ya lo sabía, no habiendo en este caso culpable físico a quien acusar, decidió devolver el “frasco” a aquel “pobre diablo”.
Cuando ya tomando una cerveza en el bar se despidieron, el diablo agradecido le prometió volver a verla cuando fuese de nuevo Azrael el Super Diablo. Rosa sonrió con tristeza: “No se moleste usted, señor diablo, una ya quedó servida en ese tema en los años que viví con mi Félix, y ahora, francamente, el asunto ha dejado de tener interés para mí, pero tengo una vecina que seguro le puede interesar...”
El diablo, agradecido, tomó la dirección : C/ Alcalá nº...